domingo, 3 de mayo de 2009

PENÉLOPE (Bestiario Infinito Nº 6)



“Tu cuerpo es el paraíso perdido
del que nunca jamás ningún Dios
podrá expulsarme.”
GIOCONDA BELLI (Nicaragüense)

Dobló la esquina con el alma prendida de un hilo finísimo. Avanzó como pudo hacía una custodia a dejar el bolso, mientras buscaba un pasaje que la llevara de vuelta a su mundo real, que la sacara del Macondo centralizado que horadaba con sus pies.

Se había interrogado cada mañana durante 45 días frente al espejo donde trenzaba el largo cabello indio, si estaría haciendo lo correcto y llegó a la conclusión que eran demasiados los que bailaban ahí por lo tanto alcanzaba para todos los estilos. Total, todo era cosa de variar a quién se le preguntaba… Si le hubiere preguntado a María Elena sería una locura digna de largas sesiones de psicoanálisis, si le hubiere preguntado a Marta le habría dicho que el canelo susurra los nombres de ambos y que emprendiese viaje confiada en las diosas de la tierra, y si le hubiera preguntado a su amiga que, a fuerza de raíces, mantenía los pies en la tierra le hubiera dicho “Depende el pastel que se trate”. (¿Cuál será el vínculo que existe entre los hombres-tragedia y los pasteles? ).

Buscó en la cartera que portaba y tenía en ella una bolsa de pastillas de anís, un deseo que se volvía incendio, un lápiz tinta azul, unos besos reprimidos que dibujaban el contorno de esas manos con los labios, una agenda del año anterior, unos dedos que temblaban por la posibilidad de rozar sus párpados, un block de notas, un mundo que se sacudía de ansias y de asombro de encontrar alguien completo, entero, a quien no le faltaba ni la sensatez ni la inconciencia necesarias para transitar por la vida. Era más que suficiente. Sin embargo al mirarse largamente, le pareció escuchar en el aire la voz cascada de Serrat “[…] No eres quién yo espero. Y se quedó con su bolso de piel marrón y sus zapatitos de tacón sentada en la estación…”.

Recordó cuando el cardiólogo con toda la suficiencia de alguien cuyo título huele a dinero le explicó con palabras largas que sus conductos que debían mirar la frialdad del Océano Pacífico, miraban en cambio la dureza inmisericorde de la Cordillera de los Andes. La larga perorata le hizo sentido: Siempre había querido al revés, podía ahora responsabilizar a la biología malhecha de su corazón.

Se desprendió del bolso que limitaba sus movimientos con alivio; pero de este gran lastre de decepción y dignidad magullada por la sobreexplotación del sueño, no podría desprenderse por mucho tiempo. Terminó escribiendo con desamparo y tristeza inflamada:

“Esta noche he prendido una fogata y al amparo dulce de su fuego pienso en ti.
Todos los besos terminan en la aurora,
todas las letras se reúnen en el clavel que agoniza,
tiritando encuentras el camino de la hora
que se desmigaja en la sabana y en la cruz de ceniza
que marca en los sexos un adiós que no cede.”

Quizás lo entendería. Haría un último acto de fe.

2 comentarios:

  1. Como puedo contactarme contigo ? en escribirte, no personalmente, necesito urgente decirte algo, no sé si puedo hacerlo aca mismo.

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  2. Si no publiqué el otro comentario no ha sido por censura sino por el hecho que no tenía que ver con el texto.
    Mi correo es milita_babilonica@hotmail.com
    Que estés bien.

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