domingo, 3 de mayo de 2009

DIOS CASTIGA PERO NO A PALOS (Bestiario Infinito Nº 5)



“Oye, pordiosero:
ahora que tú quieres es que yo no quiero.[…]
¡Vete, dios de hierro,
que junto a otras plantas se ha tendido el perro!”
JUANA DE IBARBOUROU (Uruguaya)


- ¡Angelito! –grité sin pudor alguno desde el otro lado de la calle. Se dio vuelta saltando de rostro en rostro ubicando la voz que tan familiar se le hacía. Hasta que mi desorden de bolsos y carpetas estuvo en su campo visual. Sonrió como sólo a quien le dicen “Angelito” podía hacerlo. Me hizo un gesto para que la esperara y caminó resuelta hacia la esquina de la calle, miró hacia todos lados y cruzó a encontrarme (He ahí una de las diferencias entre ella y yo: yo habría cruzado a la mitad, sin mirar a ninguna parte, con mi rosario de informes a la rastra y mi alegría a la vista; pero ya se sabe: la amistad es una cosa extraña). Nos abrazamos con escándalo. Quienes me aman saben que puedo y pueden dejar de verme por meses pero cuando nos reunimos de nuevo es como si el tiempo o el espacio no se hubieran interpuesto jamás.

- ¡Pero estás muy linda, mujer! –le dije asombrada de que los años la hicieran más bella todavía.

- Gracias, Daniela, tú también –me dice, con lágrimas que le surcan el rostro. (He ahí otra diferencia, ella es de llanto fácil, mis lágrimas me las como en un cementerio ante el hombre que me dijo que estaría conmigo y me mintió con ligereza. Nadie más me ve llorar).

- Siempre fuiste mala para mentir –respondo, sacándole una carcajada.

Empiezo a rememorarla. A Angélica la dejé de ver un día de Septiembre, hace dos años y cinco meses, y me dejó con el corazón hecho un puré amargo. La quería como sólo son capaces de querer las amigas para siempre; pero soy respetuosa de las decisiones de otros, incluso de las decisiones erradas. ¿Qué hacerle? Cuando en medio de la desesperación y la ceguera yerras siempre habrá quien te lo diga y te ofrezca ayuda; pero si la rechazas, no queda otra que cruzar prudentemente la avenida y esperar, porque todo cae por su propio peso.

Se enamoró de un idiota, pero no un idiota cualquiera: de un idiota con honores. ¿Por qué será que las mujeres buenas se enamoran de hombres malos? Empezó a cercarla, a ponerle límite, a exigirle ausencias. Primero nos cerró la puerta a las amigas y terminó negándole la entrada a su madre. Desesperamos por ella, pero no hay peor ciego que el que no quiere ver. Y ella quería estar con él. Se la llevó lejos, convenciéndola que la felicidad no la alcanzaría jamás si no era bajo su amparo. Cerró los ojos y se fue.

- ¿Y Alejandro? –le pregunto, con miedo de que llegara a llevarse a mi milagro de un brazo.

- Me dejó hace casi un año. Un día llegué de trabajar y me estaba esperando, me dijo que yo era poco para él, que una secretaria no lo haría feliz nunca, que él estaba para grandes cosas, para relacionarse con gente bien y que conmigo no lo podría hacer nunca. Que yo era un peso que no aguantaba. Que era un ancla que lo tenía en la miseria.

Hijo de puta. ¡La había dejado el muy cabrón! Se había dado el gusto de mandarse a cambiar después que la obligó a tenerlo de centro de gravedad.

- Vivimos en Ancud, luego en Puerto Aysén y terminamos en Iquique. Ha sido largo, amiga. –dijo casi en un susurro, abrazándome y llorando de nuevo. Y entremedio del llanto, se sonrió y me dijo: Ando aquí porque vine a ver a mi mamá con mi novio, me voy a casar. Y siguió hablándome como si se tratase de una lección muy bien aprendida: Se llama Mauricio, tiene 42 años y es Profesor de Historia en un colegio de Iquique. Yo entré a estudiar el Semestre pasado en un Instituto y me siento tan plena. Es todo tan distinto.

- ¿Y el innombrable? –pregunté temiendo que reapareciera y le robara su final feliz.

- Se regresó, está aquí y es chofer de colectivos de la Línea que va a El Huape. Me lo encontré hace como tres días cuando fuimos a ver a mi Lela.

- ¿Te habló?

- No, se hizo el desentendido. Y ¿sabes? sentí tanto alivio de pensar que tampoco lo conocía.

Sonó el celular y se coordinó para irse a los brazos de ese Mauricio que aún no conozco, pero que conoceré en un par de meses cuando viaje por primera vez tan lejos de mi ciudad para ser testigo que la vida es de dulce y agraz.

Un minuto le dediqué al hombre que me hizo temer por la vida de mi amiga. ¡Pobre huevón! Dios castiga pero no a palos…

1 comentario:

  1. Ah! Ya se lo digo a mi Gloria bella, Dios castiga, pero no a palos.
    Nunca les bastamos, nunca es suficiente la pasión de nuestra entraña, no hay peor ciego que el te tiene en frente y no te quiere ver.

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