miércoles, 13 de mayo de 2009

EL INFIEL (Bestiario Infinito, Nº 7)



“No me dé una mano reservando la otra para retener quién sabe a qué fugitiva. Yo no estoy jugando a ‘querer poetas’; esto no me sirve de entretención, como un bordado o un verso; esto me está llenando la vida, colmándomela, rebasando al infinito.”
Cartas de Amor y Desamor.
GABRIELA MISTRAL (Chilena)


Amar a otro. La simpleza de los que no aman puede llegar a hacer cabriolas en el alma de las que escuchamos los consejos.

No me han importado sus fidelidades espurias, negociables todas, su boca en la que otras mujeres sacan con la lengua lo que le escribo. No me ha importado porque él regresa, porque él retorna a llenarse de la miel oceánica que le entrego. No me importan las otras que no me conocen y me desprecian, las que lloran por los rincones porque esperaban en vano ser la única. Ni que en cada país –socarronamente- tenga embajadas que le apaciguan las urgencias. Este es el que yo amo con todos los deseos sueltos, con todas las mañanas nuevas, con almuerzos que no concluyen sino hasta la cena, mi amante de carbón y luna.

Yo soy la que recibe su beso sin fraude, porque lo recibo sabiendo que hay otros que me niega, que no me busca en los sexos de otras porque en todas busca designios diferentes, que a ésas las ama en otras horas y que las bebe sabiendo que son vertientes de paso. Yo soy la que recibe su beso sin fraude, porque nada me oculta nunca. Yo acepté saber sus historias para suavizarles los contornos y hacerles margaritas en los bordes.

Yo sé que reza novenas mensuales a diferentes santas, que encanta con sus silbidos y sus cuentos de estrellas, que puede sorprenderte en medio de la lluvia y hacerte tres tormentas seguidas en el pubis. Yo sé que miente, pero su mentira es para otras, conmigo siempre la verdad que duele y que me tiene al borde de la roca, balanceándome en el precipicio en el que todo rueda.

Yo soy la que lo contiene, la botella que guarda sus esencias. Yo lo amo cuando grita en los estadios y cuando termina gritando su éxtasis salado en mi entraña. Yo lo amo cuando gime acorralado por las urgencias económicas y cuando gime en mi oído por mi roce certero. Yo lo sigo amando cuando viaja por el mundo desatando corolas eróticas de otras que lo aguardan, cuando al descuido creo ver aún el reflejo agradecido de la última en su pecho.

No sé amar a otro.

domingo, 3 de mayo de 2009

PENÉLOPE (Bestiario Infinito Nº 6)



“Tu cuerpo es el paraíso perdido
del que nunca jamás ningún Dios
podrá expulsarme.”
GIOCONDA BELLI (Nicaragüense)

Dobló la esquina con el alma prendida de un hilo finísimo. Avanzó como pudo hacía una custodia a dejar el bolso, mientras buscaba un pasaje que la llevara de vuelta a su mundo real, que la sacara del Macondo centralizado que horadaba con sus pies.

Se había interrogado cada mañana durante 45 días frente al espejo donde trenzaba el largo cabello indio, si estaría haciendo lo correcto y llegó a la conclusión que eran demasiados los que bailaban ahí por lo tanto alcanzaba para todos los estilos. Total, todo era cosa de variar a quién se le preguntaba… Si le hubiere preguntado a María Elena sería una locura digna de largas sesiones de psicoanálisis, si le hubiere preguntado a Marta le habría dicho que el canelo susurra los nombres de ambos y que emprendiese viaje confiada en las diosas de la tierra, y si le hubiera preguntado a su amiga que, a fuerza de raíces, mantenía los pies en la tierra le hubiera dicho “Depende el pastel que se trate”. (¿Cuál será el vínculo que existe entre los hombres-tragedia y los pasteles? ).

Buscó en la cartera que portaba y tenía en ella una bolsa de pastillas de anís, un deseo que se volvía incendio, un lápiz tinta azul, unos besos reprimidos que dibujaban el contorno de esas manos con los labios, una agenda del año anterior, unos dedos que temblaban por la posibilidad de rozar sus párpados, un block de notas, un mundo que se sacudía de ansias y de asombro de encontrar alguien completo, entero, a quien no le faltaba ni la sensatez ni la inconciencia necesarias para transitar por la vida. Era más que suficiente. Sin embargo al mirarse largamente, le pareció escuchar en el aire la voz cascada de Serrat “[…] No eres quién yo espero. Y se quedó con su bolso de piel marrón y sus zapatitos de tacón sentada en la estación…”.

Recordó cuando el cardiólogo con toda la suficiencia de alguien cuyo título huele a dinero le explicó con palabras largas que sus conductos que debían mirar la frialdad del Océano Pacífico, miraban en cambio la dureza inmisericorde de la Cordillera de los Andes. La larga perorata le hizo sentido: Siempre había querido al revés, podía ahora responsabilizar a la biología malhecha de su corazón.

Se desprendió del bolso que limitaba sus movimientos con alivio; pero de este gran lastre de decepción y dignidad magullada por la sobreexplotación del sueño, no podría desprenderse por mucho tiempo. Terminó escribiendo con desamparo y tristeza inflamada:

“Esta noche he prendido una fogata y al amparo dulce de su fuego pienso en ti.
Todos los besos terminan en la aurora,
todas las letras se reúnen en el clavel que agoniza,
tiritando encuentras el camino de la hora
que se desmigaja en la sabana y en la cruz de ceniza
que marca en los sexos un adiós que no cede.”

Quizás lo entendería. Haría un último acto de fe.

DIOS CASTIGA PERO NO A PALOS (Bestiario Infinito Nº 5)



“Oye, pordiosero:
ahora que tú quieres es que yo no quiero.[…]
¡Vete, dios de hierro,
que junto a otras plantas se ha tendido el perro!”
JUANA DE IBARBOUROU (Uruguaya)


- ¡Angelito! –grité sin pudor alguno desde el otro lado de la calle. Se dio vuelta saltando de rostro en rostro ubicando la voz que tan familiar se le hacía. Hasta que mi desorden de bolsos y carpetas estuvo en su campo visual. Sonrió como sólo a quien le dicen “Angelito” podía hacerlo. Me hizo un gesto para que la esperara y caminó resuelta hacia la esquina de la calle, miró hacia todos lados y cruzó a encontrarme (He ahí una de las diferencias entre ella y yo: yo habría cruzado a la mitad, sin mirar a ninguna parte, con mi rosario de informes a la rastra y mi alegría a la vista; pero ya se sabe: la amistad es una cosa extraña). Nos abrazamos con escándalo. Quienes me aman saben que puedo y pueden dejar de verme por meses pero cuando nos reunimos de nuevo es como si el tiempo o el espacio no se hubieran interpuesto jamás.

- ¡Pero estás muy linda, mujer! –le dije asombrada de que los años la hicieran más bella todavía.

- Gracias, Daniela, tú también –me dice, con lágrimas que le surcan el rostro. (He ahí otra diferencia, ella es de llanto fácil, mis lágrimas me las como en un cementerio ante el hombre que me dijo que estaría conmigo y me mintió con ligereza. Nadie más me ve llorar).

- Siempre fuiste mala para mentir –respondo, sacándole una carcajada.

Empiezo a rememorarla. A Angélica la dejé de ver un día de Septiembre, hace dos años y cinco meses, y me dejó con el corazón hecho un puré amargo. La quería como sólo son capaces de querer las amigas para siempre; pero soy respetuosa de las decisiones de otros, incluso de las decisiones erradas. ¿Qué hacerle? Cuando en medio de la desesperación y la ceguera yerras siempre habrá quien te lo diga y te ofrezca ayuda; pero si la rechazas, no queda otra que cruzar prudentemente la avenida y esperar, porque todo cae por su propio peso.

Se enamoró de un idiota, pero no un idiota cualquiera: de un idiota con honores. ¿Por qué será que las mujeres buenas se enamoran de hombres malos? Empezó a cercarla, a ponerle límite, a exigirle ausencias. Primero nos cerró la puerta a las amigas y terminó negándole la entrada a su madre. Desesperamos por ella, pero no hay peor ciego que el que no quiere ver. Y ella quería estar con él. Se la llevó lejos, convenciéndola que la felicidad no la alcanzaría jamás si no era bajo su amparo. Cerró los ojos y se fue.

- ¿Y Alejandro? –le pregunto, con miedo de que llegara a llevarse a mi milagro de un brazo.

- Me dejó hace casi un año. Un día llegué de trabajar y me estaba esperando, me dijo que yo era poco para él, que una secretaria no lo haría feliz nunca, que él estaba para grandes cosas, para relacionarse con gente bien y que conmigo no lo podría hacer nunca. Que yo era un peso que no aguantaba. Que era un ancla que lo tenía en la miseria.

Hijo de puta. ¡La había dejado el muy cabrón! Se había dado el gusto de mandarse a cambiar después que la obligó a tenerlo de centro de gravedad.

- Vivimos en Ancud, luego en Puerto Aysén y terminamos en Iquique. Ha sido largo, amiga. –dijo casi en un susurro, abrazándome y llorando de nuevo. Y entremedio del llanto, se sonrió y me dijo: Ando aquí porque vine a ver a mi mamá con mi novio, me voy a casar. Y siguió hablándome como si se tratase de una lección muy bien aprendida: Se llama Mauricio, tiene 42 años y es Profesor de Historia en un colegio de Iquique. Yo entré a estudiar el Semestre pasado en un Instituto y me siento tan plena. Es todo tan distinto.

- ¿Y el innombrable? –pregunté temiendo que reapareciera y le robara su final feliz.

- Se regresó, está aquí y es chofer de colectivos de la Línea que va a El Huape. Me lo encontré hace como tres días cuando fuimos a ver a mi Lela.

- ¿Te habló?

- No, se hizo el desentendido. Y ¿sabes? sentí tanto alivio de pensar que tampoco lo conocía.

Sonó el celular y se coordinó para irse a los brazos de ese Mauricio que aún no conozco, pero que conoceré en un par de meses cuando viaje por primera vez tan lejos de mi ciudad para ser testigo que la vida es de dulce y agraz.

Un minuto le dediqué al hombre que me hizo temer por la vida de mi amiga. ¡Pobre huevón! Dios castiga pero no a palos…

24 HORAS Y EL TANGO (Bestiario Infinito Nº 4)



“Quereme así, piantao, piantao, piantao...
Abrite los amores que vamos a intentar
la mágica locura total de revivir...
¡Vení, volá, vení!”
Balada para un Loco (Ferrer-Piazzolla)

- ¿Y si sólo son 24 horas de dos personas que acaso vivan 70 años? –me dijo.

En la hora primera conoceré tu boca. Tu boca que tiene todos los sabores de la tierra, que es dulce, que es salada, que es amarga, que es ácida… Tu boca que en la fragua sin fatiga de mi lengua se mantiene caliente e infante, curiosa e invasora, donada y mendicante. Sesenta minutos para hilvanar la historia de mi beso en tu memoria.

En la segunda hora conoceré tus manos. Tus manos que saben horadar las esperas, azadones tibios que levantan mis carnes y ponen la semilla que hará germinar más deseo. Cada uno de tus dedos, enlazados con los míos, guerreando por más cuerpo, dejando caer las égidas de la soledad y el olvido, rompiendo el ayuno de lunas sonrojadas, marcando el dos por cuatro de un tango postergado.

En la tercera hora escudriñaré tus ojos que han oteado horizontes más allá de los míos. Sabré por tu mirada lo que me falta conocer y reconocerás en los míos lo que olvidaste un día: el sortilegio de una negra de arrabal. (Quizás te deje a mansalva una bala de agua que te explote en el día postrero).

En la cuarta, melodías de bandoneón, piano y violín saliendo de los sexos renacidos, de las grandes fronteras caídas y de las uniones imposibles que terminan mañana. Las horas se entremezclan, los minutos se alargan y los besos se nos hacen calandrias sabias que conocen todos los cantos. Faltan todavía 20 horas, hemos apenas comenzado…

EL TRAUCO (Bestiario Infinito Nº 3)


“Y yo también como la tarde
toda me tornaré dichosa
para quererte y esperarte.
Iluminada de tus ojos
vendrá la luna,
vendrá la luna por el aire.”
MEIRA DELMAR (Colombiana)
- Es el hombre de mi vida –me dijo contundente.
Yo no creo en las personas para toda la vida, porque en este mundo no existen las certezas; pero no podía mantenerme impávida ante la contundencia luminosa de una de mis mejores amigas, y pregunté con genuino interés.
- ¿Y eso por qué?
- Recoge las pilas malas y las deja donde no contaminan.
¡Diablos! Me desconcertó. Una esperaría que alguien que se declara enamorada le encuentre el cometa Halley en los ojos, que su boca le recuerde el Mediterráneo, que su pecho desnudo le sugiera la imagen de una playa centroamericana, que sus manos le suelten los huracanes… Cualquiera de esas cosas, pero no se espera que ser rastrillo de pilas botadas por el mundo sea suficiente para que la mantenga a mil kilómetros del lugar donde yo necesito a mi amiga, a la que me mira y me sabe centímetro a centímetro, incluida el alma y la tormenta.
Aunque tiene sentido después de todo. Si caminas a su lado (además de ir recogiendo pilas de todos los tamaños) va ordenando las cosas. Entrar con ella a un Supermercado es una prueba de la flexibilidad y la rapidez: irá devolviendo los tarros al lugar que le corresponden, volverá a dejar la mantequilla que encontró entre medio de las virutillas y las ceras al lugar de los refrigerados, ordenará los carteles mal puestos y los precios chuecos en los visores, y todo mientras te habla de este mundo y el otro. Cuando recorre mis dominios domésticos, yo voy prendiendo luces, y ella va detrás apagándolas. Y si das una mirada rápida verás que ordenó mis collares por color y porte, sin que te alcanzaras a dar cuenta de cuándo fue eso.
- ¿Y cómo lo conociste? –le digo.
- En un bus, me senté a su lado. A mí me gustó la voz, después lo miré. Pero lo miré cuando ya me gustaba.
Este tipo de diálogos es el que me convence que es mía. No podía ser de otra manera. ¿Que una debe enamorarse de hombres que te cortejan? ¿Que una debe enamorarse después de un test de compatibilidad, de conocerle la carta astral y saber qué diente le salió primero? Eso quedará para las que van por la vida prendidas del cuerpo y la juventud, de las profesiones, de los happy hour y los trajes de satín con cuello mao. Nosotras, las otras, nos enamoramos de la ortografía, de la irreverencia, de la genialidad, de la voz o de un dibujo literario perfecto que nos pusieron en la mente. Nos deslumbran. Nos enamoramos del que se resiste o del que se rinde sin cláusulas, de los dañados que ya no confían o de los cándidos que van por la vida confiando todas las veces, del que invadimos o del que nos coloniza… Con la única condición que nos ame tan total, tan íntegra, tan brutal y tan inteligentemente, como somos capaces de amar nosotras.
- ¿Y cómo se llama?
- Manuel.
Pues ¿qué hacerle? Manuel, bienvenido a mi vida… (Yo sabía que en Chiloé habían Traucos).

LOS MEMBRILLOS Y LA MUERTE (Bestiario Infinito Nº 2)

“Tengo miedo y tengo amor,
¡amado, el paso apresura!
Iba espesando la noche
y creciendo mi locura.”

GABRIELA MISTRAL (chilena)


Tengo en el regazo un canasto con membrillos que me han traído de Ninhue y en las manos una servilleta con sal. Busco el más grande de ellos, el más perfectamente hecho de sol, aquel cuyo olor me transporta -como me sucede con frecuencia- a mis mundos pasados… Y quedo herida por un recuerdo antiguo, con la sien vaciada de pronto, pálida y desencajada.

Recuerdo un día de marzo, hace catorce años, cuando mientras sostenía un membrillo que había sobre la mesa y lo acercaba a mi nariz, mi abuela me avisó que se había suicidado. Me lo dijo sin prudencia, se abrió el tiempo y me sostuve de una silla, temerosa de caer en el hoyo enorme que había ante mí.

Diez años nos separaban entonces. Yo tenía 16 años y él 26 y era infinitamente triste. Nos unían dos pasiones: la poesía y la política. Y nos separaba quizás qué, ni siquiera alcancé a averiguarlo. Me quedé con el recuerdo de sus ojos verdes, de su barba espesa y su cuerpo suave. Me quedé con la promesa rota de no dejarnos nunca y con los trozos de un rompecabeza que no encaja.

La primera vez que lo besé fue bailando salsa en un local de la carretera. Le mordí con delicadeza el cuello, mientras sostenía su nuca, y luego me acerqué a la boca. Él temblaba y yo no, porque ya había temblado 3 años en silencio. Fue Diciembre del año anterior. Ahora que lo pienso, quizás la actual ausencia de baile en mi vida está ligada a esta pérdida.

El día anterior a que cerrara la puerta estuvimos diseñando carteles, pancartas y dípticos que él haría para ayudar a elegirme como la primera presidenta secundaria en democracia, la representante de los miles de estudiantes de las 21 comunas que conforman mi provincia. Me acompañó en el sueño de organización del movimiento estudiantil y conversamos largo sobre la libertad, los derechos humanos y la responsabilidad política. Me dijo que era brillante y yo le creí porque tenía la mirada limpia y serena.

A mi casa fue a avisar Bernarda y le dijo a mi abuela “Dígale con cuidado” porque ella sabía de nuestro vínculo; pero mi Encarnación no sabía de suavidades y me lo dijo, gritándome, desde la cocina, mientras yo olía el membrillo. Entonces supe que debía recoger mi tristeza e instalarla donde no necesitaba ser explicada: a un costado del lugar donde lo velaban envuelto en una bandera, en su modesta casa de calle Manuel Montt. Compré una rosa roja, me hice acompañar por otra amiga (la morena que hoy carga un niño hermoso y que en ese entonces sabía de aquel romance autocensurado porque no quería que otros opinaran sin tribuna conferida) y me senté a llorarle a la par que lo hacía su hermana y su madre, que también tenía mi nombre. No quise hacer el epitafio. Tampoco pude abrazar su cuerpo inerte, porque eligió el fuego para la huida. Sólo pude acariciar con la mirada perdida el ataúd que lo contenía como no supe hacerlo yo.

Todo el mundo tiene su suicida. Éste a mí me partió la adolescencia.

La descripción dice: “Animal herido. Estrella de navajas que me rebanó la pasión y me instaló la angustia”.

¡QUE TE QUIERA TU MADRE! (Bestiario Infinito, Nº 1)

"Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
ábreme la jaula, que quiero escapar;
hombre pequeñito, te amé media hora,
no me pidas más."
ALFONSINA STORNI (argentina)

Se ordenó en un moño alto el pelo color de ciruelas. Lo miró con una sonrisa a medio enarbolar y mientras lo hacía buscaba mecánicamente las llaves de la casa en la que no volvería a entrar. Cuando las encontró, cerró el bolso, se levantó lento y ahora sonriendo ya plenamente le dijo “Que te quiera tu madre, huevón”. Le hizo un cariño al gato que dormitaba en la silla, tomó el echarpe multicolor (que la hacía parecer un extraño papagayo en mitad del sur chileno), y se fue sin volver a mirarlo siquiera una vez. De eso, casi cinco años.
Tenía corazón de corsario. A ratos me devastaba. Bajaba de sus naves y tomaba todo lo que esta tierra guardaba, lo tomaba con fuerza y violencia, a punta de espada y de lengua ávida. Había vivido el doble que yo, pero a su lado me hice vieja porque aprendí la desconfianza, el temor, el esperar toda una noche y un día y otra noche más que regresara de quizás dónde. Me hice vieja de pensar que llegaría con sabor a bar y con poesía de Neruda a pedirme perdón y sexo, a exigirme la desnudez y el amor.
Pero tanto va el cántaro al agua que al final se rompe. Esta redondez de mujer pehuenche ya no quiso contener ni sus sudores, ni su semen y menos su sangre. Me fui sin pensar ni en el gato que me conocía más que él. Ni en mis plantas que terminarían muertas bajo su cuidado, ni tan siquiera en la bendita clepia que por generaciones estuvo en mi familia, donando su flor dura y fragancia dulce, sus cinco puntas blancas, sus cinco puntas amarillas y su centro rojizo.
Me fui y sólo escribí una pequeña reseña: “Animal de manos eruditas, lengua filosa y actitud errante. Puede provocar la hibernación del alma ajena”. Fue el inicio de mi Bestiario Infinito.